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martes, 22 de enero de 2008

Declaración de Kasparov sobre la muerte de Fischer

Con la muerte de Bobby Fischer, el Ajedrez ha perdido una de sus más grandes figuras. El status de Fischer como Campeón del Mundo y celebridad provinieron de una personalidad carismática y combativa al igual que de un juego imparable.

Recuerdo cuando yo tenía 9 años y reproducía emocionado las partidas de su match de 1972 por el Campeonato del Mundo en Reykjavik contra Boris Spassky. El americano ya entonces tenía sus partidarios en la URSS, y no solamente para sus proezas en el Ajedrez. Su claridad al hablar e individualidad también le ganaron el respecto de muchos de mis compatriotas.

El hermoso ajedrez de Fischer y sus partidas inmortales permanecerán por siempre como pilar central en la historia de nuestro juego. Y la historia del ascenso del iconoclasta de Brooklyn de prodigio a Campeón del Mundo es casi inigualable. Aparte de una breve y peculiar reaparición en 1992, la carrera del Ajedrez de Bobby Fischer terminó en 1972. Después de conquistar el Olimpo del Ajedrez, él no pudo encontrar un nuevo objetivo para su potencia y pasión.

La energía implacable de Fischer agotó todo que tocó: los recursos del juego en sí mismo, a sus adversarios dentro y fuera del tablero, y tristemente su propia mente y cuerpo. Mientras que nunca podremos separar enteramente los hechos del hombre, preferiría hablar de sus logros globales en vez de sus tragedias internas. Es con justicia que él pasó sus días finales en Islandia, el sitio de su triunfo más grande. Allí siempre le han amado y visto de la mejor manera posible: como ajedrecista.

Garry Kasparov
Moscú, 18 de enero de 2008

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