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miércoles, 26 de noviembre de 2008

Dresde 2008: El Diario de Leontxo

A continuación les ofrecemos algunos pasajes extractados de las 12 crónicas escritas por el conocido periodista y ajedrecista español Leontxo García, informando desde la Olimpiada. Estas notas fueron tomadas de Chessbase en Español.

«La rigidez extrema se lleva mal con un certamen que acogerá a más de 3.000 personas (de ellas, 2.000 jugadores; pero hay al menos mil más entre árbitros, directivos, periodistas, acompañantes, etc.) de todas las culturas y mentalidades. Por tanto, es normal que la página oficial en Internet tuviera algunos fallos estos días, y que se esté pensando si van a aplicar a rajatabla la idea inicial de castigar con un cero al jugador que no se presente a la hora en punto (15.00) en la sala de juego. Yo aplaudiría esa norma tan estricta si hablásemos de un torneo como el de Linares -¿Alguien recuerda a un tenista que llegue tarde a un partido?-, pero me parece excesiva en una Olimpiada, donde una gran parte de los jugadores son aficionados, y se alojan en múltiples y lejanos hoteles.

Hablando de líos, hay terreno abonado para una buena colección, por las normas que se estrenan aquí. La de penalizar con la pérdida de la partida a quien se presente un minuto tarde está congelada durante 48 horas, para que los árbitros puedan comprobar cuánto tardan los jugadores en pasar el control de metales; o sea, si hay atascos o todo va ágilmente.

También es polémica la regla de prohibir los acuerdos de tablas antes de la jugada 30; como se esperaba, hubo más de un caso de triple repetición temprana, que obligó a llamar a uno de los árbitros principales para que, tras darse una larga caminata hasta la mesa en cuestión, certificase que, en efecto, aquello era tablas.

Por otro lado, hay pocas opiniones a favor de igualar a cuatro el número de tableros “masculinos” (además de Judit Polgar, se ve alguna otra mujer en la competición absoluta) y femeninos, lo que conlleva reducir de seis a cinco los componentes de los equipos “masculinos” y aumentar de cuatro a cinco los femeninos. Dando por sentada la buena intención de esa medida –estimular el ajedrez femenino-, no parece lógico excluir de la Olimpiada a un buen puñado de jugadores fuertes para incluir a jugadoras de muy bajo nivel; además, como hay muy pocos países que tengan cuatro grandes maestras de élite, la nueva situación reduce el número de aspirantes a medalla.

Por último, cambiar el sistema de puntuación (no cuenta cada tablero, sino que se dan dos puntos por encuentro al equipo que gana y uno al que empata) reduce el interés de un número considerable de partidas y estimula los empates en posiciones llenas de vida.

Y por añadir algo positivo diré que la medida de enfrentar a equipos relativamente fuertes desde la primera ronda (el número total se ha reducido de 13 a 11) merece el aplauso general porque permite ver buenas partidas desde la jornada inaugural.

(Continuando con la norma de estar presente a la hora del gong...) Janyl Tilenbáeva corre despavorida por la enorme sala de juego, sorteando hábilmente a la multitud que ocupa los pasillos. Cuando el árbitro principal, el singapureño Ignatius Leong (sí, aquel que en la Olimpiada de Calviá 2004 llamó a la rebelión general contra los organizadores para que los hoteles sirviesen agua del grifo en las comidas), golpea el gong, a las 16.00, Janyl todavía tiene unos cuantos metros por delante hasta llegar al primer tablero de Kirguizistán, que defenderá contra Azerbaiyán. Demasiado tarde: Janyl llega, sin resuello, con menos de un minuto de retraso (“quizá ni medio minuto”, apostilla el árbitro español Javier Pérez Llera, que estaba muy cerca) pero ya la han declarado oficialmente perdedora.

Es una pena que no me haya fotografiado mientras lloraba. Tendría usted un buen reportaje”, me dice la kirguiza media hora después, ya recuperada del disgusto. “No creo que sea adecuado aplicar esta nueva norma de la puntualidad estricta en una Olimpiada, y menos aún en la segunda ronda”, añade. Y menos aún, agrego yo, cuando se ha retrasado una hora el inicio de la ronda de hoy “por una cadena de fallos humanos”, según me dice una persona próxima a la organización. Ayer dijeron que la norma no iba a aplicarse hasta la tercera jornada, y hoy han decidido lo contrario. Si estuviéramos en un torneo profesional, yo sería el primero en aplaudir esa rigidez arbitral, porque me parece inaceptable que las estrellas de la élite lleguen tarde a su cita con el rival y las cámaras, por ejemplo en el Ciudad de Linares. Pero esa inflexibilidad militar no encaja en una Olimpiada, la gran fiesta del ajedrez.

Seguro que usted puede dormir hoy a pierna suelta aunque no sepa por qué Andorra no presenta equipo femenino. Sin embargo, la explicación que me han dado los andorranos es muy interesante, mire usted por dónde: “Hasta los doce años, tenemos muchas niñas en las clases de ajedrez; pero al llegar a esa edad no queda ni una”. Ese testimonio coincide exactamente con muchos otros que he escuchado de profesores de ajedrez que no se conocen entre sí, de diferentes lugares de España, y alimenta la gran duda de si la inferioridad de las mujeres en el ajedrez se debe a una cuestión genética (está demostrado que los cerebros de hombres y mujeres son distintos, mejores para algunas cosas y peores para otras) o educativa (véase el ejemplo de las hermanas Polgar).

(En una nota posterior) Al final voy a tener que aplaudir el estreno de la polémica obligación de estar ante el tablero a la hora en punto. El miedo a perder por incomparecencia ha mejorado mucho el ambiente de la Olimpiada: la sala está medio llena de jugadores 30 minutos antes, y casi repleta a falta de un cuarto de hora. Fantástico para la vida social (para muchos, el principal atractivo de la Olimpiada) y para los fotógrafos, que así tienen mucho más tiempo para trabajar, en lugar de los raquíticos 15 minutos reglamentarios.

¿Es éste un caso excepcional, donde el fin justifica los medios? Da pena ver a un jugador aficionado que pierde una partida por llegar unos segundos tarde. Pero, por otro lado, esto acabará siendo una cuestión de costumbre: los jugadores se mentalizarán para estar en la sala media hora antes, lo que en una Olimpiada no debe ser un problema; se supone que los participantes no tienen otra cosa que hacer. Y en ésta concretamente, con las delegaciones esparcidas por muchos hoteles distantes entre sí, el ambiente no es tan cálido como en otras, donde casi todos estábamos en pocos hoteles cercanos entre sí. La revolucionaria medida mitiga ese problema y propicia que los ajedrecistas (estoy pensando en los aficionados, no en los profesionales), se relacionen como seres humanos antes de las partidas. Además, cabe esperar que esta norma de puntualidad estricta se imponga de inmediato en todos los torneos de élite, donde no hay excusa para no hacerlo.

He dejado un párrafo aparte para la impresionante paliza que la georgiana Maia Chiburdanidze, excampeona del mundo, de 47 años, le ha dado con negras a la actual ocupante del trono, la rusa Alexandra Kosteniuk, de 24. El duelo era muy simbólico: la nueva imagen del ajedrez femenino (Kosteniuk es famosa por sus sesiones de fotos glamurosas) contra la más carismática representante de la vieja escuela de Georgia, donde al ajedrez femenino es muy importante y está avalado por una bonita tradición: ya en la Edad Media, la dote nupcial incluía un tablero de ajedrez. Hace tiempo que el rendimiento deportivo de Maia (quien otrora llego a disputar un torneo de Linares) bajó mucho, pero hoy se ha sentado con la picazón del orgullo, como diciendo a su joven rival: “Tú tienes más energía, pero yo sé más que tú”. Y lo ha demostrado de una manera muy didáctica: sacrificio de calidad por dos peones en la apertura, que da lugar a una posición cómoda para las negras pero, a primera vista, no preocupante para las blancas; pocas jugadas después, Kosteniuk ya estaba contra las cuerdas, estratégicamente perdida. Toda una lección magistral.

Mientras tanto, el ambiente en los pasillos está cargadísimo, con reuniones de las numerosas comisiones de la FIDE desde las nueve de la mañana. He hablado con varios árbitros, y todos están cabreados con el nuevo sistema de puntuación (dos puntos por victoria, aunque se gane por 4-0). Uno de ellos, el veterano y prestigioso finlandés Mikko Markkula, ha sido muy contundente: “Puedes citarme diciendo que los emparejamientos de las rondas tercera y cuarta fueron una ridiculez absoluta por su desigualdad, con diferencias de 50 puestos en la lista inicial. Vale, hemos forzado el sistema para que los encuentros de la primera ronda no sean tan desiguales, pero ahora nos hemos encontrado en la cuarta lo que hemos evitado en la primera, lo que insisto, es la mayor estupidez que he visto en este campo”. Si alguien tan experto y sabio como el finlandés dice eso, yo no tengo mucho que añadir. La verdad es que tiene más sentido puntuar por cada tablero, porque de ese modo cada partida es importante. Supongo que el cambio sirve para dar más emoción, porque ahora es mucho más difícil que un equipo se despegue en la clasificación, pero me da en la nariz, sin haber profundizado mucho, que el balance es negativo.

La (partida) de Krámnik es magnífica, inmortalizando a Short con una combinación a muy largo plazo, que conlleva una evaluación perfecta de la posición resultante. Ya casi es una costumbre que Krámnik nos aburra en varias partidas de cada torneo con un juego soporífero (o incluso sin juego alguno cuando firma tablas rápidas) y que nos haga gozar en una o dos. Al parecer, hoy le tocaba.

Los rusos sabían que hoy era uno de los pocos días en que la derrota les iba a acechar. Los armenios (que ahora alinean a Aronián, Akopián, Sarguisián, Petrosián y Minasián) preparan las Olimpiadas mejor que nadie (salvo, quizá, los azerbaiyanos); sus jugadores tienen mucho cuidado de no firmar contratos en fechas cercanas a la gran cita bienal. En las tres últimas olimpiadas lograron dos bronces y un oro; son los actuales campeones olímpicos. Y además tienen un motivo adicional para subir de nuevo a lo más alto del podio: dedicar el triunfo a su compañero Asrián, muerto este año en accidente de automóvil.

Un detalle probablemente conectado con el temor de los rusos es que Krámnik, enfrentado en el primer tablero con Aronián, abandonó el escenario a los tres minutos de partida y se metió en la sala de fumadores hasta el minuto 15, justo cuando los fotógrafos y camarógrafos deben marcharse. Creo que esa conducta no debería permitirse: las fotos e imágenes son importantes para promover el ajedrez, y no es mucho pedir que los jugadores se queden sentados durante el cuarto de hora inicial, mientras desarrollan la apertura; además, ausentarse del tablero cuando la posición es aún teórica puede despertar sospechas entre los más suspicaces. No estoy acusando a Krámnik de hacer trampas; sólo resalto que estaba más nervioso de lo habitual.

Pero la partida clave no fue la suya, que terminó en tablas, como las de Svídler y Jakovenko con Akopián y Petrosián, respectivamente. La madre del shaslik fue la magnífica obra de arte que Sarguisián firmó ante Grischuk: un sacrificio de pieza por dos peones y un ataque mantenido durante más de 40 movimientos y rematado con un paseo triunfal del rey armenio (con damas en el tablero) por todo el tablero. Una de esas maravillas cuyo firmante sale de la sala creyéndose el rey del mambo, pensando que ya puede morirse sin el temor de que su existencia pase desapercibida.

Armenia no es la suma de cinco buenos jugadores, sino un verdadero equipo que juega como tal. Sostiene Carlos Ilardo, mi colega argentino de La Nación (por cierto, Ilardo es probablemente el periodista de ajedrez con más espacio del mundo; publica noticias casi todos los días del año) que el nuevo sistema de puntuación en las olimpiadas (dos puntos por victoria en el encuentro, con independencia del resultado en cada tablero) favorece a selecciones como la de Armenia, estructuradas y mentalizadas para jugar en equipo, fijándose no sólo en la partida propia, sino también en las de los demás.

Mientras tanto, disfruten con varias partidas magníficas de hoy: aparte de la de Sarguisián, les recomiendo efusivamente la victoria del adolescente Caruana sobre Berg (la he comentado para mi columna de mañana en El País); y también el palo que Short le ha dado en 26 a Mamediárov.

Me encuentro con el árbitro iraní Mehrdad Pahlevanzadeh, que tiene una idea digna de consideración: “Soy un firme partidario de prohibir las tablas acordadas, como se ha hecho en los torneos de Sofía y Bilbao. Pero quizá habría que ir más lejos, y prohibir que un jugador abandone antes de que le den mate. De los muchos millones de aficionados que hay en el mundo, sólo unos pocos tienen el nivel necesario para entender por qué un gran maestro abandona en la mayoría de las partidas. Si queremos popularizar el ajedrez, debemos hacerlo masticable para todo el mundo”.

Desde que Káspárov y yo nos retiramos, a Rusia le falta un líder”, ha dicho Kárpov, unos de los ilustres visitantes de hoy, en una de las conferencias de prensa que tan bien modera Susan Polgar, para explicar por qué su país, la meca del ajedrez por excelencia desde hace casi un siglo, está descartado del oro en los dos torneos, tras la derrota de hoy (1,5-2,5) ante Ucrania en el absoluto. Tener un líder claro es una de las maneras de que un equipo esté cohesionado. Otra es que todos sus miembros estén convencidos de que la Olimpiada es de importancia capital, y por tanto deben dejarse las pestañas en el tablero para que la imagen su país brille lo más posible. Éste es el modelo de Armenia, Israel y Azerbaiyán, por ejemplo.

En la fiesta también he saludado a Borís Spasski, mi querido compañero de comentarios en el torneo de Bilbao, y al inefable, irrepetible e impresionante Florencio Campomanes, uno de los personajes más inteligentes y peligrosos que he conocido, quien a punto de cumplir 82 años conserva una agilidad física y mental extraordinarias. Aparte de algunas bromas, le he hecho la pregunta de siempre: ¿Cuándo va a publicar el libro de sus memorias? Respuesta: “Cuando esté a punto de morirme, porque voy a incluir cosas tan dañinas para algunos que no me atrevo a publicarlo antes”. Una frase perfecta para despedir un día muy intenso. Pero es probable que el de mañana también sea tremendo. ¡Tschüs!

Aparte de la categoría intrínseca de sus componentes y su estado de forma, al equipo ruso le falta un líder con carisma, como recalcó Anatoli Kárpov el sábado. En la mañana del domingo me encontré con Borís Spasski, quien me pidió ayuda para lograr otra acreditación porque se había olvidado la suya en el hotel. Aproveché la espera para preguntarle si estaba de acuerdo con Kárpov: “Sí, creo que es un análisis correcto. De hecho, Kárpov fue un buen líder cuando tuvo que asumir ese papel. Pero este asunto tiene matices importantes. Por ejemplo, cuando Kárpov y Kaspárov estaban juntos en el equipo la tensión enorme entre ellos se contagiaba al resto, y era negativa. Y lo mismo ocurría a mediados de los años cincuenta, con Petrosián y yo, que carecíamos de un tercer líder con carácter fuerte, capaz de poner orden”. Le pregunto si se refiere a Smyslov: “Sí, Vasili siempre fue muy diplomático, y no sólo con la selección soviética. Cuando me iba a casar con mi actual esposa, Marina, tras llegar a un acuerdo con el Gobierno de la URSS para que yo me fuese a Francia a cambio de no hacer declaraciones sobre las consecuencias de mi derrota ante Fischer, le llamé a Smyslov para pedirle que fuera mi testigo de boda. Me dijo que tenía que pensarlo; me llamó esa noche para decirme que tenía que rechazar mi amable invitación porque la situación de las estrellas era desfavorable; evidentemente, no quería correr ningún riesgo político, pero yo le agradecí su peculiar franqueza”.

Spasski es tan interesante que me encantaría invertir días enteros en hablar con él, sin hacer otra cosa; está escribiendo sus memorias, y es probable que la primera parte (hasta 1969), se publique en uno o dos años. Su memoria es fantástica; como ocurre con Korchnói, Áverbaj, Campomanes o el propio Smyslov, son ejemplos ilustres (hay bastantes más) de cómo la práctica frecuente del ajedrez puede prevenir el Alzheimer o enfermedades similares. En la hora que pasé con él este domingo, hablamos, como siempre, sobre lo bueno y lo malo de Bobby Fischer, a quien una vez sacó a bailar en una fiesta durante el duelo de 1992 en Sveti Stefan (Montenegro): “Al día siguiente, Fischer estaba muy enojado conmigo por haberle convencido, porque se había sentido ridículo”. Otros temas recurrentes en nuestras conversaciones de los últimos años son la política rusa –a Spasski le duele mucho Rusia, aunque viva en París, o quizá por eso- y la fascinante vida de Alexánder Aliejin (Alekhine), cuya muerte, supuestamente en la habitación de un hotel de Estoril (Portugal), tiene muchos puntos oscuros que Spasski ha investigado: “Hay indicios sólidos para pensar que fue asesinado fuera del hotel y llevado muerto a su habitación. Había gente variada con móviles para matarle. Principalmente, el servicio secreto de la URSS, donde se le consideraba un traidor, y los extremistas judíos, por los polémicos artículos que escribió cuando estaba protegido por el Gobierno de Hitler que, curiosamente, fomentó mucho el ajedrez”.

Recuerda Spasski que él siempre promovía pequeñas reuniones de la selección soviética antes de las partidas: “Sin un motivo especial ni nada concreto de lo que hablar. Podía ser para comer, cantar, charlar o analizar juntos una variante. Pero esa práctica hacía equipo, mentalizaba a todos los jugadores de que no estábamos en un torneo individual, de que teníamos que jugar pensando en el grupo. Y nos dio muy buenos resultados”. Claro que –pensará el lector- aquel equipazo soviético necesitaba pocas terapias de grupo para arrasar a sus rivales.

Por cierto, me hubiera gustado ver cómo reaccionaban los árbitros si Krámnik llega unos segundos tarde en lugar de un minuto antes de la hora. Esta mañana (se jugaba a las 10.00) he sido testigo de líos de diversa índole. Por ejemplo, Erménkov (Palestina) llega con tiempo de sobra, deja la chaqueta en la silla y se va a buscar un bolígrafo. Cuando vuelve, han pasado unos segundos desde el gong inicial, y el árbitro de mesa le ha declarado perdedor por incomparecencia; se arma el lógico tifostio, los palestinos llaman al árbitro de zona, éste revoca la decisión y empieza la partida, con el consiguiente cabreo de los jamaicanos, quienes protestan al árbitro principal, el inefable singapureño Ignatius Leong. Éste recuerda lo que en la reunión de capitanes quedó muy claro: el jugador debe estar sentado ante su tablero cuando suena el gong; y declara perdedor a Erménkov. Hoy y otros días ha habido más casos parecidos, y mucho ojo porque, a partir del 1 de julio de 2009, esta norma se aplicará en todos los torneos de manera automática, salvo que el organizador estipule lo contrario en las bases.

De los bicampeones armenios y su tremendo e inquebrantable espíritu de equipo (eran los novenos en el escalafón inicial; España, 11ª) ya lo he dicho casi todo en días y años anteriores. Su triunfo, bendecido por el presidente del Gobierno de su país (quien también preside la federación de ajedrez), desplazado expresamente a Dresde para la última ronda, es inobjetable, y muchos harían bien en copiar sus métodos de preparación y cohesión. Al mirar la tabla final llama la atención, aparte del fracaso de Rusia, la presencia de Vietnam en el 9º puesto, pero los vietnamitas llevan muchos años invirtiendo dinero y trabajo en sus jóvenes promesas. Más sorprendente aún es que ni Rusia ni China suban al podio femenino, para beneficio de las tradicionales georgianas, pero quizá sea una circunstancia casual porque no veo ninguna razón de fondo para explicarlo, salvo la relajación de Kosteniuk (4 de 8) dos meses después de lograr la corona mundial frente a la prodigiosa china Yifán Hou, de 14 años, bronce individual aquí con 7,5 de 11.

Mención especial para un español con doble nacionalidad, Zenón Franco, cuyos estupendos 7,5 de 9 en el segundo han llevado a Paraguay 16 puestos más arriba (48º) de lo esperado (64º). Y otra para una veterana y adorable residente en Fuengirola, la sueca Pía Cramling, con 8 de 9 en el primer tablero.

Y así llego al párrafo que menos me gusta, el último de una Olimpiada donde, por mucho que trabajes, siempre te lo pasas muy bien. Yo les recomendaría que, si pueden, no duden en ir a todas, pero tengo cierta reserva sobre la siguiente, en Janti Mansisk (Siberia), por la lejanía, por el frío, que puede llegar a -50º, y por una especie de mosquitos criminales. Pero me he informado: probablemente será en septiembre, de 2010, con poco frío y sin mosquitos. Allí no habrá salchichas ni cerveza excepcionales, aunque el maridaje del salmón con el vodka tampoco está nada mal. Pero habrá, segurísimo, algo maravilloso: más de 2.000 ajedrecistas de todos los orígenes, colores y religiones imaginables practicando de manera natural y sin problemas lo que ahora se ha dado en llamar la “Alianza de Civilizaciones” (más correcto sería “de culturas”) que algunos listos, como Bush y Aznar, dicen que es imposible.»

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NB: Podemos o no estar de acuerdo con algunos comentarios, pero en cualquier caso es "food for thought" (miel para el alma), como dicen los ingleses.

Hace unos días, un amigo nos comentaba: "Viste que Leontxo le da con un palo a la FIDE en sus crónicas"... y la verdad que talvez, pero habría que estar mejor informado.

Chessbase (el sitio que publica estas crónicas) no siempre ha sido muy imparcial. Sin ir más lejos, basta recordar la postura de este prestigioso sitio alemán con respecto a Topálov, aireando a los 4 vientos que el talentoso jugador búlgaro había hecho trampas en San Luis. Lo cierto es que varios años después de aquella épica actuación en Argentina, Topálov sigue siendo el número 1 del Ranking Internacional, y ahora ni sus más acérrimos adversarios se animan a continuar la farsa. Como dijera Abraham Lincoln: "Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo, y puedes engañar a algunos todo el tiempo; pero, no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo".

A continuación, incluimos la lista de enlaces a las picosas crónicas de Leontxo, cortesía de Chessbase en Español.

[00] ¡Me gusta mucho Alemania! (Ceremonia Inaugural)

[01] Alud de estrellas y afganas invisibles (Ronda 1)

[02] ¡Corre, corre, que te pongo un cero! (Ronda 2)

[03] Los fuertes sufren y los débiles gozan (Ronda 3)

[04] ¡Viva la mano dura! (Ronda 4)

[05] Dresde está en las Bermudas (Ronda 5)

[06] Partidas brillantes, pasillos malolientes (Ronda 6)

[07] Fiesta en Armenia tras tumbar a Rusia (Ronda 7)

[08] La emoción aumenta, y el hedor también (Ronda 8)

[09] Rusia cae y los pasillos hierven (Ronda 9)

[10] El submarino español emerge con fuerza (Ronda 10)

[11] Armenia triunfa, España cumple y Vallejo ilusiona (Ronda 11)

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